viernes, 15 de febrero de 2019

INGONYAMA. LA CANCIÓN DEL KENYA. (Nombre Clave Badetuch. Cap VII)



Capítulo VII
Ingonyama. La Canción del Kenya.

Primero pensó que se trataba del eco. Tal vez algunas rocas de la montaña cayendo en un derrumbe. Volvió a concentrase en la mira telescópica Zeiss Zielvier de su Mauser Karabiner K98, modelo adaptado para francotiradores y orgullo de las Wehrmacht. Dieter Fisher pensó que pronto su presa estaría a distancia de tiro. Ya podía observar las siluetas bien recortadas de los scouts de la delegación de Glasgow, y junto a ellos a su objetivo acompañado de Lady Powell con otros adultos que participaban de la excursión. Se acercaban pausadamente. Cada vez un poco más. En pocos minutos podría disparar y cumplir con éxito las órdenes de Berlín. Extendido en el suelo y con el arma apoyada sobre su mochila para darle estabilidad, necesitaba calcular mejor el tiro pero se distrajo nuevamente porque ese sonido permanecía y se hacía cada vez más notorio. Era como una vibración, un  rumor que se repetía y aumentaba su intensidad. Un profundo tremor desde el interior de la tierra que parecía rodearlo. Luego de unos minutos el sonido se fue aclarando y pudo reconocer que se trataba de tambores. Tambores africanos.
—No tiene sentido… no es posible… aquí ya no hay poblados de ninguna tribu —pensó para si—
Algunos tambores eran tocados con lentitud y emitían un sonido más bajo y otros se escuchaban más rápido y más agudos. Junto a ellos como un murmullo que crecía bajo el ritmo de la percusión escuchó voces. Era un canto. Pensó que estaba alucinando. Quizás el cansancio por el ascenso, el largo acecho en la oscuridad  y luego el sol le jugaban ahora una mala pasada, aunque llevaba ropa adecuada y se había preocupado de beber suficiente agua de las cantimploras que le había preparado Kirsten. Pero seguía escuchando ese canto. Eran muchas voces… y cantaban a su alrededor.
—¡¡¡Eeeee…Eeeeegoooonnnn…
—¿Quién canta? —preguntó molesto Fisher aunque no había nadie a la vista.
—¡¡¡Eeeeennngoooonyamaaaaa!!!
El sonido parecía venir desde alguna escondida caverna del Monte Kenya. Eran voces con distintos tonos que se superponían y cantaban casi al unísono. Una y otra vez las mismas palabras, cuyo significado Dieter desconocía, y que retumbaban en las rocas.
—¡¡¡Engonyamaaaaaa…Engonyamaaaaaaa!!!
—¡Salgan…salgan… tengo balas para todos! —gritó Fisher exasperado por esos tambores que no se detenía y las voces que ahora parecían estar en el interior de su cabeza.
La boca se le secaba y bebió nuevamente de una de las cantimploras y recordó cuando Kirsten le dijo que según las creencias locales aldeas completas de espíritus habitaban en el Monte Kenya.
—Estoy alucinando —pensó—
—¡Bruja…maldita bruja! —gritó— ¿Qué brebaje me has dado? ¡Eso es… claro… no quieres que otro lo mate! —seguía hablando solo mientras vaciaba el contenido de la cantimplora al suelo— Lo haré de todas formas. No te llevarás el crédito Kirtsen. ¡Yo lo haré! ¡Es mi presa…será mi trofeo de caza! ¡Sigan cantando, canten más fuerte aún, toquen sus tambores… morirá de todas formas!    
Volvió a tomar con firmeza el fusil y a buscar con la mira hasta dar nuevamente con el anciano del sombrero de ala ancha que con ayuda de un bastón caminaba lentamente mientras le hablaba a los niños que lo rodeaban sobre impalas, leones y búfalos africanos. Respiró profundo, colocó el dedo en el gatillo, apuntó al pecho y al exhalar disparó, en el mismo instante que una bala lo rozaba en el hombro.
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No alcanzaré a detenerlo pensó Raymond Gibbons y disparó dos tiros seguidos como le habían enseñado. La vigilia durante la noche en las faldas del monte, junto a otros agentes de la Policía Colonial alertados por el mensaje llegado de Londres, había dado resultado aunque nunca habría podido ubicar a Fisher si no hubiese escuchado su voz hablando sólo en esa extensa ladera.
El intenso dolor en el hombro de Fisher, su disparo desviado y la silueta que alcanzó a atisbar por el rabillo de su ojo izquierdo cuando Gibbons se le abalanzaba fueron una sola cosa. El disparo se había perdido, pero alcanzó a girarse para ver a su enemigo que ya estaba junto a él. Pese a la herida Fisher era ágil y estaba bien entrenado. Aprovechó el mismo movimiento de su brazo para levantar la culata del fusil hacia Gibbons que ya caía sobre él y, aunque no de lleno, logró golpear su rostro provocándole un corte en su ceja. El scout de Glasgow cayó a un costado, perdió el revolver  que llevaba en la mano izquierda pero no soltó el báculo de su diestra y se puso rápidamente de pie. Fisher aprovechó de levantarse y sacar su cuchillo, recuerdo de las Hitlerjugend. De la herida en la ceja comenzó a brotar abundante sangre que mezclada con la tierra de su rostro y el polvo en suspensión se le metía en el ojo que le ardía cada vez más. Optó por cerrarlo y seguir luchando sólo mirando con su ojo derecho. Se vio obligado entonces a tener que girar un poco el rostro para ubicar mejor la posición de su rival. Dieter notó el gesto y entendió que ese flanco era el más débil. Casi todas las estocadas, entonces, comenzaron a ir hacia ese costado del cuerpo o del rostro de Gibbons. El joven escocés retrocedía y con golpes de su báculo alejaba la mayoría de las embestidas de Fisher.
—Perro inglés, te ahogarás en tú sangre.
— Soy escocés, imbécil.  

Gibbons tomó firmemente el báculo con sus dos manos y con un rápido movimiento en semicírculo trató de darle en la cabeza al agente alemán. Fischer esquivó y a la vez pateó con fuerza detrás de la rodilla derecha de su oponente que cayó al suelo perdiendo también su báculo. Fisher saltó junto a él para asestarle una mortal puñalada en el cuello, pero la piedra lanzaba por Gibbons llegó antes a su rostro. El peñasco tenía aristas afiladas. Fue justo uno de esos bordes agudos el que golpeó a Fisher en todo el borde derecho del rostro abriendo un tajo sanguinolento que provocó el alarido del francotirador. Un intenso mareo lo hizo trastabillar, sintió náuseas, el suelo y el cielo nublado por el polvo se convirtieron en una sola cortina grisácea y bastaron dos pasos descuidados para que en el tercero pisara el vacío y lanzando puñaladas al aire desapareciera de la vista de su oponente.

—No son muchos metros de profundidad… no creo que haya muerto —le dijo el Sargento Ian Thacker que junto a otro policía colonial fueron los primeros en llegar corriendo al lugar de la fallida emboscada.
—¡Debemos seguirlo! le reclamó Gibbons que recogió su arma del suelo y se acercó al borde de la terraza de roca que se asomaba sobre la misma ladera del Kenya para lanzar un par más de disparos aunque
Fisher ya no estuviese a la vista.  
—Por aquí no es posible. Hay más hombres abajo, ellos tendrán mejor oportunidad — le dijo Thacker que luego le pidió a su acompañante kenyata bajara rápidamente para dar la voz de alerta e iniciar la búsqueda del agente del Tercer Reich. —Además, debemos atender esa herida en el brazo, está sangrando mucho y se puede complicar, agregó—   
— Pero se escapará —protestó Gibbons, que solo entonces miró su brazo derecho y vio como su camisa del uniforme de la delegación de scouts se empapaba de rojo y goteaba desde el pliegue arremangado a la altura de su codo. Puso atención y esperó por si un golpe de sangre mostraba que una arteria había sido cortada, pero por fortuna, no fue así.
— No lo creo y además ya sabemos quien es. Lo rastrearemos aquí y en toda Kenya si es necesario. Su ataque ha fracasado. No pienses que eres el único en esta tarea —agregó el Sargento de la Policía Colonial Británica— que mientras recuperaba el aliento levantó la solapa de uno de los bolsillos de su uniforme y bajo ella dejaba ver una pequeña piocha de metal opaco con las iniciales “MI” que Gibbons  supo reconocer.   

EPÍLOGO

Dejaba que las pequeñas gotas de rocío de mar se acumularan en la palma su mano. Con su brazo extendido sobre la baranda del buque el pequeño Thomas Clay esperaba paciente que se juntaran allí, sonriendo al sol mientras recordaba a sus padres y hermanos en Escocia. Raymond Gibbons a su lado en silencio miraba el horizonte y pensaba en la inesperada aventura que lo había sorprendido en los últimos meses con una trama que lo había llevado a enfrentarse directamente a las fuerzas del Tercer Reich.
El RMS Prince of Wales, con la delegación scout a bordo, avanzaba por el Mediterráneo rumbo a Gibraltar, para luego enfilar a su destino final en la isla de Gran Bretaña.
—¿Ya viste tu dibujo Raymond? — Le preguntó el niño— El mío es un fiero león. Muy bonito. ¿No te parece muy gentil de parte de Lord Powell habernos regalado un dibujo a cada uno? Todos llevan una dedicatoria personal y a pesar de ser bocetos a lápiz que hizo rápidamente el mismo día de nuestra visita al Monte Kenya están muy bien, creo yo. ¿No te parece, Ray?
— Claro que sí, Tomy… aún no he visto el mío pero será un recuerdo para toda la vida. Además Lord Powell desde pequeño ha sido buen dibujante.
—¿Te duele mucho el brazo Ray? —dijo apuntando su dedo hacia el blanco cabestrillo que Gibbons llevaba para sostener su brazo.
—Cada vez menos, Tomy, cada vez menos.
—¡Que tonto soy! —dijo el niño como sorprendido— seguramente no has visto tu dibujo aún porque no puedes sacarlo del sobre. Yo lo haré por ti. ¿Qué te parece Ray?
Viendo el entusiasmo del pequeño y también con algo de curiosidad por ver su regalo Raymond Gibbons accedió y autorizó al menor de los scouts de Glasgow a ir a su camarote para traer el sobre encerado donde BP había guardado cada uno de los regalos para sus visitantes escoceses.
—¡Oh es el Monte Kenya! Dijo Thomas Clay, sin poder ocultar algo de desilusión en sus palabras —pensé que podía ser otro animal salvaje… de todas formas puede ser parte de la exposición que montaremos para todo nuestro grupo cuando lleguemos. Creo que nadie más tiene un dibujo de la montaña. Además, mira Ray, tiene una Flor de Lis en este extremo como una brújula, aunque no indica el norte, más bien marca… el Noreste.
—Voy a contarles al resto que tenemos una nueva pieza para la exposición de este viaje.
Raymond Gibbons vio alejarse al niño y a la vez sintió una puntada en su brazo herido. Prefirió sentarse en una de las sillas de madera y tela verde que poblaban la cubierta de pasajeros de estribor. Cerró los ojos y respiro profundamente un par de veces para volver a abrirlos y mirar más detenidamente su dibujo. Algunos trazos del contorno del monte eran gruesos, pero las líneas del grafito habían sido difuminadas con la yema de los dedos. La diferencia de colores mostraba con claridad el inicio de las nieves en la cumbre y algunas líneas irregulares más oscuras eran las grietas que se abrían en algunos sectores de la falda del macizo. Luego miró la Flor de Lis y como en un juego siguió la línea imaginaria que salía desde la aguja al medio de su pétalo central y marcaba rumbo noreste. Entonces lo notó. Junto al borde de la montaña, lo que primero parecían dos rocas, eran en realidad dos pequeñísimas siluetas humanas dibujadas con la fina punta del lápiz. Dos hombres con sus brazos entrelazados como si bailaran o lucharan entre si. Bajó la vista al borde derecho de la hoja y sonrió al leer la dedicatoria: “Ante la proximidad del abismo desde una flor también puede surgir el valor y la esperanza”… ¡Siempre agradecido!” Bathing Towel.             
     
Fin.

PD: Mi afectuoso saludo y agradecimiento a los fieles lectores de esta pequeña historia inspirada en los antiguos folletines de aventuras que, a pesar de la espera entre cada capítulo, siempre se mostraron entusiasmados por seguir leyendo este relato inspirado en un hecho real y desarrollado entorno a la figura del fundador y los primeros integrantes del Movimiento Scout.
¡Buena Caza!