viernes, 27 de noviembre de 2020

CALLEJONES SIN SALIDA 5

 


La humedad y el frío del predio se hacían notar a las dos y media de la madrugada. Alberto había despertado a Antonio con algo de dificultad y habían salido de la carpa con sigilo para no alertar a nadie más en el campamento y poder observar con calma el lugar donde se cometió el asesinato y donde según Mortelmans habían dejado un mensaje relacionado. Suponían que a esa hora ya no quedaría nadie en el “sitio del suceso”, más aún considerando que poco antes  de las once de la noche en una camioneta blanca del Servicio Médico Legal se habían llevado el cadáver de Fernando Reyes que, sobre una bandeja metálica y cubierto por una tela, más amarillenta que blanca, recorrió por última vez los terrenos bajo los altos árboles del Campo Escuela.

Efectivamente, como pensaron, ya a esa hora no quedaba nadie en el lugar. Los peritos de la policía (fotógrafos, planimétricos y otros) habían terminado su tarea. Solo las cintas plásticas blancas con letras azules y el llamado a “NO PASAR” junto a la sigla PDI, balancéandose con la brisa nocturna, daban cuenta del lugar donde se había cometido un homicidio. Un hecho inédito e insólito al interior de la Asociación por la gravedad del delito en si mismo, y porque había venido a remover y poner de manifiesto discrepancias, conflictos y hasta traiciones internas que todo indicaba llevarían a un inminente cisma. Eso, aparte de los malos recuerdos que esta víctima en cuestión les traía nuevamente a la memoria a muchos de quienes dormían, o se desvelaban, en sus carpas y en las cabañas del sitio a esa hora. Y eran muchos más de los que Antonio Ibar siquiera podía imaginar.

Avanzaron sin encender sus linternas. Silenciosos, pisando primero con el talón y luego con la planta del pie como si de un juego de acecho se tratase. Los restos de la casona consumida por el fuego le daban a la escena un ambiente aún más siniestro. Con sus pocos muros aún pie, descascarados y tiznados, trozos de adobe en el suelo y vigas carbonizadas arrumbadas, se había convertido en el escenario ideal para ambientar las historias de misterio, o francamente de terror, que por tantas y tantas noches guiadoras y dirigentes inventaban junto a una fogata para animar alguna velada en sus unidades.

Un inmueble que se decía, además, había sido propiedad en épocas coloniales de Catalina de Los Ríos y Lisperguer, la mismísima “Quintrala”. Eran parte de esas narraciones los gemidos y gritos de agonía de esclavos azotados que se escuchaban algunas noches. También la risa estentórea y los conjuros de la colorina mujer, que en arrebato de ira y orgullo expulsó al mismo Cristo de su casa.

Buscaron en el suelo una silueta humana recortada contra el piso con pintura, tiza o alguna cinta como habían visto en las películas pero  no encontraron nada similar. Un par de charcos de un líquido casi negro y casi seco dieron cuenta del lugar donde Reyes había caído mortalmente herido.

_ ¿Habrá gritado?

_ Seguramente Toño, supongo que si te están apuñalando uno grita del dolor.

_ ¿Y nadie lo escuchó?

_ Mmmmm. Cierto, ninguno de los que hemos entrevistado dijo haber escuchado gritos.

_ Enciende tu linterna Alberto. Busquemos ese supuesto mensaje en la pared.

Un ángulo de luz dividió la oscuridad a su alrededor y comenzó a recorrer pausadamente el muro que estaba detrás de los charcos de sangre seca. No quedaba casi nada del color verde agua que alguna vez recubrió ese muro. Vieron algunos trozos de adobe y alambre allí donde el revestimiento de yeso se había caído; un corazón con dos iniciales rayados seguramente con un clavo en un arranque romántico; y poco más arriba a menos de dos metros del suelo escritas recientemente con plumón rojo el texto al que seguramente había aludido Mortelmans.

                 GUÍAS KATRALAS ¡TREVOLUCIÓN!

                           MUERTE AL PATRIARKADO.

Solo un par de segundos alcanzó a estar iluminada la consigna cuando sintieron un ruido a sus espaldas. Cifuentes se giró y desvió rápido el haz de luz tratando de buscar la esquina desde donde surgió. Casi de inmediato alguien salió huyendo. Cifuentes e Ibar no dijeron palabra y salieron corriendo también en su captura. Pronto se dieron cuenta que no lo lograrían. La furtiva silueta se alejaba veloz ganando terreno y se acercaba al camino flanqueado por los árboles. En medio de la carrera el foco de luz daba intermitentemente con la figura que los adelantaba. Usaba polerón de color oscuro al igual que el gorro de lana que llevaba, jeans y zapatillas negras. Agotado y sintiendo que le faltaba el aire Ibar se detuvo. Pocos metros más adelante su amigo hizo lo mismo. Vencidos en la carrera solo pudieron seguir con la vista a la presa que se les escapaba. Semiagachado con sus manos sobre las rodillas, tosiendo y tratando de recuperar el aliento, Ibar comenzó a reír por el patético espectáculo atlético que habían brindado. Miró por última vez a quien los había estado espiando. En la seguridad de la distancia ganada la silueta se detuvo bajo uno de los últimos focos encendidos en el camino hacia las pérgolas del Campo Escuela. Se dio vuelta para  observarlos y con gesto desafiante se sacó el gorro para dejar a la vista una cola de caballo que en su vaivén parecía saludarlos burlonamente.

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Al día siguiente Antonio Ibar ya estaba de regreso en Santiago y el mismo día de su retorno, al volver de hacer algunas compras en “El Baisano”, encontró al entrar a su departamento en Recoleta, un sobre que habían deslizado bajo su puerta. Un mensaje impreso en hoja de papel reciclado que distaba mucho de ser una invitación. Las remitentes se identificaban como el “Colectivo Guías Katralas” y lo “convocaban” para entregarle una declaración sobre el asesinato de Fernando Reyes. Decidió asistir. Pero no a la hora de la cita. Estaría mucho antes vigilando en torno a la dirección de calle “Dieciocho” que le habían enviado. Algunos trucos aprendidos en su anterior trabajo le servirían ahora en su imprevisto oficio. Tenía algo de tiempo de ventaja. El suficiente para una cerveza fría. Tomó la penúltima botella de una “bock” que quedaba en su refrigerador y decidió acompañarla con la playlist titulada “2 am” pensada para su trabajo de conductor de radiotaxi. El primer tema fue “Mad about you” versión en vivo del 2012 de los “Hooverphonic”. Así, la voz de Noémi Wolfs diciéndole con triste sensualidad “trouble is your middle name”, fue una clara advertencia… que no supo atender. 



(LOS ACONTECIMIENTOS Y PERSONAJES DE ESTE RELATO SON FICTICIOS. CUALQUIER SIMILITUD CON LA REALIDAD ES SOLO COINCIDENCIA.)