domingo, 22 de julio de 2018

LA INTRIGA BOER (Nombre Clave Badetuch. Cap VI)



Capítulo VI
La Intriga Boer

Desde el homicidio y desde que las palabras “veneno” y “Boer” fueron mencionadas por los agentes de la Policía Colonial los ánimos en el Hotel The Outspan cambiaron. Junto a la natural tristeza de los compañeros de labores del camarero asesinado surgió también un ambiente de tensión y recelo. La presencia policial, con y sin uniforme, no pasaba inadvertida. Una pequeña sala fue habilitada junto al hall de ingreso para los interrogatorios de rigor y todos los pasajeros cumplieron con este trámite de la investigación, incluyendo al matrimonio de Lord y Lady Powell. Varios de los huéspedes optaron por pasar largas jornadas fuera del establecimiento visitando otras ciudades o tomando largas excursiones. Otros simplemente se cambiaron de hotel.
En la delegación de los scouts visitantes de Glasgow el efecto fue aún mayor. Hasta los de menos edad en el grupo sabían de la Guerra Anglo-Boer y el sólo nombre de los aguerridos descendientes de holandeses que fueron enconados enemigos del Imperio Británico provocaba inquietud, alimentaba rumores y sospechas. Hasta motivaba pesadillas en los más pequeños.
—¡Eran unos veinte, quizás treinta… sin uniforme pero todos armados con fusiles y pistolas!… Se acercaban al campamento galopando muy rápido… A la distancia sólo se distinguían sus siluetas, pero a medida que se acercaban pude verlos con más detalle… Todos con barbas muy frondosas , todos con sombreros de cuero, todos con municiones en sus bandoleras. Avanzaban sin pausa, algunos gritaban y disparaban al aire… Era de día y en medio de la nube de polvo que levantaban sus caballos se podían ver los destellos de sus armas al sol… ¡Eran Boers y venían por nosotros!
Thomas Clay a sus 10 años era el menor de todos los scouts que viajaron de Escocia para visitar a BP. Su padre era un entusiasta promotor del scoutismo, casi desde sus orígenes, y pese a la resistencia de su esposa lo había autorizado a realizar el largo viaje en barco hasta Kenya  para conocer al fundador del Movimiento. De semblante generalmente alegre, a Raymond Gibbons le llamò la atención la repentina seriedad y hasta el temor por quedarse sin compañía que desmostraba el niño, y por eso lo llamó para conversar con él y saber qué le ocurría.
—Pero, ¿tú sabes que eso fue un sueño… una pesadilla, no?
—Sí Ray, fue un mal sueño… pero los vi tan claramente… pocas veces recuerdo lo que sueño, pero esta vez tengo las imágenes muy claras en mi mente y no puedo dejar de pensar en ellos…
—¿Ellos?
—¡Los Boers Ray… los Boers! Este fue sòlo un sueño pero con Harry y Oliver estamos seguros que nos están acechando. Desde ayer tenemos una “guardia especial de vigilancia” y ya hemos contado más de 22 hombres con barba que han pasado cerca del campamento.
Gibbons no pudo contener la risa — ¡Qué cosas inventan! Aunque me parece muy bien que quieran estar alerta y cuiden del campamento. Pero no todos los hombres con barba tienen que ser Boers, Thomas…
— ¡Ahhh eso no lo sabemos, no estamos seguros! —reaccionó el niño— y por eso mismo mejor “estar preparados” ¿Ese es el lema, no?... ¡Oye Ray, que gran idea se me acaba de ocurrir! Tenemos que tener un sistema de alarma. Para avisarnos si se acercan los barbudos. Sería muy útil ¿no? Se lo voy a proponer a los muchachos de la patrulla. ¿Puedo ir a buscarlos?
Gibbons quedó más tranquilo al ver que el pequeño Thomas había recuperado el entusiasmo y volvía a estar alegre. Él en cambio tenía sobrados motivos para estar inquieto y llevar un semblante mucho más serio y una actitud ensimismada de la habitual. Estaba seguro que la amenaza Boer sólo era una distracción. El verdadero peligro seguía siendo el mismo por el cuál fue enviado a Kenya y ahora había comprobado que no se trataba solamente de una risegosa posibilidad. Los agentes del Tercer Reich ya  habían dicho presente y su objetivo estaba en Paxtù. Se había cometido un asesinato, pero la víctima fue la equivocada. Habían intentado envenenar a BP y su esposa. Sin poder entregar muchos antecedentes trató de explicárselo a los oficiales encargados del caso. Sin embargo únicamente el Sargento Tacker parecía haber tomado con seriedad su testimonio. Para el Capitán Mulligan la intriga Boer era mucho más verosímil. Tenía una prueba concreta como el mensaje en Afrikáans, y a esa idea le prestaba tanta o mayor atención que el pequeño Thomas Clay. Gibbons sabía también que debía advertir directamente a Lord y Lady Powell y pensaba en la mejor forma de exponer la situación sin alarmarlos en demasía y sin que eso afectara de algún modo la delicada salud del Barón de Gilwell. Una tarea compleja en la que seguía meditando.
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Kirsten caminaba descalza de un lado al otro de la habitación y gesticulaba desmesuradamente con sus manos crispadas. Estaba junto a Dieter Fisher en el departamento que arrendaban a pocas calles del Hotel Oustpan y donde habían establecido su centro de operaciones. Maldecía y el rictus amargo de su boca, pintada de rojo oscuro, mostraba todo el desprecio y el odio que sentía por el camarero muerto que con ese fatal accidente se había interpuesto en su intento homicida. Hablaba rápido más para si misma que para su acompañante. Entrecerraba los ojos y cada palabra salía de su boca como si se tratara de un oscura invocación… casi un conjuro.   
—¿Una mezcla especial de té?—la interrumpió calmádamente Dieter que estaba sentado frente a una pequeña mesa y miraba varias fotografías.
—Sí, ¿¡no me oíste!? Eso fue lo que había comentado su mujer durante una de esas tediosas reuniones de la “Legión de Mujeres del África Oriental”. Una mezcla especial de hojas de té, que encargan a la India y que les guardaban especialmente para ellos en la cocina. La misma que tomaban sólo ellos en el hotel cada mañana. ¡Era la ocasión ideal! ¿Cómo iba a suponer que el estúpido camarero también tenía gustos exóticos en cuanto al té y se serviría una taza antes de llevarles el desayuno? ¡No podía saberlo…es absurdo!
—¿Y el mensaje? —fue la segunda pregunta de Dieter, que fingía no tomar en cuenta la cólera de su compañera.
— Ya lo había colocado en su lugar, antes incluso que el imbécil del lacayo africano se tomara su última taza de té —No pudo evitar una risotada ronca y agregó como si estuviese declamando un poema— “Más fuerte que el afán de riqueza y poder del León de Britania los hombres libres de Transvaal  y Orange harán sentir su venganza”… Así quedó escrito y algo de confusión ha creado. Es lo que nos dará una segunda oportunidad…
—Y será la última —la interrumpió Dieter— En Berlín no contaban con este retraso y ya nos han asignado una nueva tarea en Chipre. Debemos partir la próxima semana.
—Yo puedo hacerlo… yo tengo que hacerlo. Nunca he fallado una misión—insistió Kirsten, remarcando cada letra de ‘NUNCA’. Ahora hablaba muy despacio, con lentitud y al pronunciar cada frase se podía notar un pequeño silbido que recordaba a las serpientes.
—Lo lamento. No hay más chance para ti, ni para el veneno. Es posible que te hayan visto salir del hotel. Esta vez me yo me haré cargo. Soy tu superior y es una orden —Dieter Fisher se levantó repentinamente, caminó hacia la puerta y antes de salir, sin mirar a Kirsten, agregó con sorna— A fin de cuentas… las guerras no se ganan con pócimas de brujas. ¡Se ganan con balas!
Un gemido ahogado brotó de la garganta de la mujer que se quedó mirando una puerta cerrada. Una lágrima de rabia y frustración marcó una línea en su maquillado rostro. Mordió su labio inferior hasta hacerlo sangrar. Se acercó a la mesa y de un manotazo arrojó todas las fotografías al suelo. Luego, con sus pies desnudos y contraídos como garras comenzó a pisar, arrugar y romper en lo posible cada una de las imágenes que cayeron de la mesa. Los rostros de la mayoría de los scouts llegados de Glasgow, incluyendo el del pequeño Thomas Clay; el de Raymond Gibbons; de los agentes de la policía encargados del caso; algunos pasajeros del hotel y varias tomas recientes de Baden Powell y Lady Olave quedaron así semidestruidas en el piso de la habitación.


Continuará...
(El final se acerca)